"No es comedia,sino una fábula pequeña en que, a imitación de Italia,se canta y se representa".

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viernes, 11 de mayo de 2012

El Teatro de la Zarzuela estrena La Chulapona




El Teatro de la Zarzuela ha estrenado  la que es, sin duda, una de las zarzuelas más castizas y, por lo tanto, espectáculo ideal para las inminentes fiestas de San Isidro.



Esta producción de La Chulapona, que estará en cártel hasta el día 3 de junio, se estrenó en 1988 y ya se ha podido ver en la capital en otras dos ocasiones: en el Teatro de La Vaguada en 1992 y en el de La Zarzuela, en 2004. Pero no sólo ha estado en Madrid, su éxito la ha llevado también a ciudades fuera de España, como Buenos Aires, Caracas, París, Bruselas y Edimburgo. En esta ocasión, la emblemática obra de Federico Moreno Torroba con libreto de Federico Romero y Guillermo Fernández-Shaw, está dirigida musicalmente por Miquel Ortega y Arturo Díez Boscovich y escénicamente, por Gerardo Malla. En el reparto encontramos nombres como el de Charo Reina, Jesús Castejón, Carmen González, Milagros Martín, Luis Álvarez, Marcelo Puente y Antonio Gandía. Junto a ellos, la Orquesta de la Comunidad de Madrid — Orquesta Titular del Teatro de la Zarzuela — y el Coro del Teatro de la Zarzuela, dirigido por Antonio Fauró.



La obra, estrenada en el Teatro Calderón el 31 de marzo de 1934, ofrece una visión nostálgica de un Madrid finisecular que se paseaba por la escena representado por una galería de tipos humanos que, en ese momento, formaban ya parte de la mitología de una ciudad inmersa en un profundo cambio físico y moral. En su trama pervive un casticismo heredado de antaño, cuya construcción mezclaba el recuerdo de lo vivido o contado con una elaboración literaria de la que formaban parte figuras como las protagonistas de Fortunata y Jacinta de Pérez Galdós y La busca de Pío Baroja. Era un Madrid que se sentía, en parte, amenazado por la modernidad y en La Chulapona encontramos muchas referencias temporales claras al ayer: alusiones a la Regente María Cristina, a los duros llamados “amadeos” por llevar la efigie de Amadeo I, a los “guindas” o “guindillas”, nombre popular dado al primer cuerpo de policía de Madrid, o a los veraneos en el Norte.
Su protagonista, Manuela “la chulapona”, es, sin embargo, una mujer que pertenece a una clase emergente: obrera cualificada pero, además, empresaria, ya que es la propietaria y directora de un taller de plancha. Ya no formaba parte del proletariado más pobre pero tampoco de las clases ociosas que educaban a sus mujeres para tocar el piano, dibujar y hablar un poco de francés. Es una mujer de 1934, que ya podía votar — la Constitución de 1931 había reconocido a las mujeres la igualdad de iure — y muchas de ellas formaban parte de la Liga Antifascista y asistían a sesiones de los Ateneos Libertarios. Manuela es de clase baja y ha tenido que abrirse camino ella sola en medio de una complicada situación familiar. Eso se nota en su carácter y en cómo afronta los problemas de la vida, consciente de las dificultades de su género hasta tal punto que, cuando la trama se desliza hacia un final dramático, al saber que Rosario espera un hijo de José María, ella exclama: “¡Me preocupo por si es niña!”.
Desde un punto de vista musical, la obra supone el compendio de algunos de los elementos más característicos de las zarzuelas de ambiente madrileño. Así, se abre con un ritmo de seguidilla, como El bateo, que se mezcla con la frase de El dúo de la Africana que cantan las planchadoras en una referencia musical a mayor gloria no precisamente de Meyerbeer, sino de Fernández Caballero y Echegaray, e inmediatamente entra en escena el organillero Chalina al que las jóvenes convencen para que toque y que, de acuerdo con la orquesta, se arranca con una mazurca.